Santander.-La labor humana, altruista y anónima es silenciosa pero efectiva. Llena los vacíos que las grandes ONG y los gobiernos europeos no quieren ocupar. Alexandra Aronsky, fundadora del Centro Cultural Bê-Sînor emplazado en el Campo de refugiados Sinatex-Kavallari en Tesalónica (Grecia), ha indicado que la situación en los campamentos es un síntoma de que los gobiernos europeos no cumplen su cometido: “El voluntariado es activismo político, que tiene su origen en el fracaso de los estados a la hora de hacer su labor”.
Durante el encuentro Crisis de los refugiados: conflicto, migración y respuesta europea, Aronsky ha contado su experiencia en el campo informal de refugiados de Idomeni en la frontera griega con la Antigua República Yugoslava de Macedonia (FYROM), campamento que llegó a albergar a más de 13.000 personas tras el cierre de la ruta migratoria balcánica. Mediante la proyección de videos y el relato de vivencias de migrantes forzosos, ha trasladado a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) algunos de los momentos más duros que atravesaron las personas que residían en el que fue un asentamiento ilegal.
“Siempre hablamos de cifras al referirnos a los refugiados. Europa no oye, no ve ni escucha esta situación, por eso es importante que tengan lugar reuniones como esta donde se trata el tema. Los refugiados tienen nombres e historias que no se pueden ignorar”, ha lamentado la voluntaria. En 2015 las fronteras hacia la Unión Europa (UE) se cerraron, “Grecia [excluida, en términos coyunturales, del concepto Europa por la ponente] se convirtió en una zona de espera para entrar en la UE donde los refugiados pasaban meses viviendo en tiendas de campaña en condiciones higiénicas horribles y sin electricidad. Sin olvidar las largas esperas para recibir alimentos”, ha rememorado.
Según la cooperante, en este ambiente, en el que eran habituales las peleas entre las diferentes nacionalidades y etnias por los asuntos más nimios, “las ONG internacionales no hicieron acto de presencia”. Sobre este “vacío”, ACNUR justificó que corresponde a los estados europeos actuar para solucionar el problema: “No era su responsabilidad hacer esta labor dentro de Europa. Un método de presión para que los gobiernos hicieran algo al respecto”, ha explicado la ponente, “así que nadie hizo nada, a excepción de las pequeñas ONG y voluntarios particulares”.
Sin embargo, Aronsky ha incidido en que esta política la padeció la gente que “escapaba de sus países en guerra” y que sufría de carencias de todo tipo en Idomeni. A medida que se acercaba el momento del desalojo del campamento “la situación se volvió tensa, la gente tenía miedo y la policía no dejaba entrar a los voluntarios. Se había declarado una especie de área de emergencia, así que la policía tenía todo el poder y se produjeron situaciones muy violentas”, ha comentado.
A finales de mayo de 2016, Idomeni fue cerrado y los refugiados fueron reubicados a campamentos militares bajo la Autoridad griega. La voluntaria ha explicado que al desalojarse, la gente fue trasladada a otros campos aislados, donde también se alojan en tiendas de campaña. La situación sigue con problemas en relación a la electricidad o la comida, más o menos similar a la de Idomeni: “El llamado archipiélago de los refugiados es un universo paralelo en el que estas personas viven en tiendas de campaña, viejas fábricas o casas, separados de la comunidad nacional, en medio de ninguna parte, por lo que no existe la integración”, ha señalado.
Aunque ha mencionado la puesta en marcha del programa «Ayuda de emergencia a la integración y el alojamiento» (ESTIA) para ayudar a los refugiados y a sus familias a alquilar viviendas urbanas y ofrecerles ayuda en efectivo, Aronsky ha indicado que las trabas burocráticas dificultan la implementación del plan a la velocidad que se requiere.
Centro Cultural Bê-Sînor
En este momento la labor de la voluntaria se desarrolla en Sinatex-Kavallari (Tesalónica), donde son constatables “las carencias médicas y educativas”, sin olvidar “las inclemencias del invierno”. A su juicio, ante la falta de apoyo psicológico y social, Bê-Sînor, la organización que ha fundado en frente del campamento, “hace lo que las grandes ONG no hacen, porque nadie quiere estar allí”. El centro cultural es un espacio para que los niños y los adultos aprendan, sean creativos y salgan de la rutina diaria del campamento: “Junto a actividades culturales y didácticas construimos un cobertizo de herramientas, donde la gente puede crear sus propios muebles”.
Por último, Aronsky ha señalado el apoyo de Bê-Sînor a los refugiados del colectivo LGTBQI. En su intervención ha hecho de transmisora de algunas voces y vivencias de aquellos que vienen de “una situación difícil y llegan a una peor, ya que en los campos son rechazados de nuevo”. Desde el centro, hacen labores de conexión entre los refugiados con otras organizaciones o hacen de soporte legal, médico y monetario a estas personas.
Fotografía: UIMP 2017 | Esteban Cobo