La UIMP debate sobre el desperdicio alimentario en ‘Food Think Tank: retos para alimentar el planeta’

Santander.- Hacer lista de la compra, planificar el menú, conservar debidamente los productos, servir raciones exactas o comprobar las fechas de caducidad o preferencia de consumo, son solo algunas acciones que puede hacer diariamente el consumidor para no desaprovechar alimentos. Sobre esto y otras cuestiones ha reflexionado el responsable del Proyecto Contra el Desperdicio Alimentario, David Esteller, con motivo de su intervención en el encuentro Food Think Tank: Retos para alimentar el planeta de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP).

El desperdicio de alimentos, como ha explicado, afecta a la huella de carbono, a la huella hídrica, a la cantidad de tierras cultivables o a la biodiversidad. Por eso, el consumidor tiene que ser consciente de la importancia de sus actos. Esteller se ha referido, por ejemplo, a “las frutas feas”, esas que muchas veces no llegan ni a los supermercados: “Se está buscando dar salida a estos productos, pero los consumidores somos tan pijos que si vamos a hacer crema de calabacín, que consiste en hervir el producto y triturarlo, queremos el producto recto, impoluto, perfecto y brillante”, ha asegurado. También ha insistido en la diferencia entre las fechas de caducidad, que indica que a partir de ese día “el producto no está bueno”, o de consumo preferente, que revela que es preferible consumirlo en esa fecha “pero que no está malo”.


En este sentido, hay que tener en cuenta algunas partes de la cadena de producción como el procesado, “un sector muy manual” que, a su parecer, necesita unos conocimientos adecuados: “Si se deshuesa una ternera no hace falta ser cirujano, pero sí saber por dónde se corta, porque si no se desperdicia carne”, ha afirmado. Por ello, es imprescindible formar al personal, ya que “toda esa falta de profesionalización también incide en nuestra alimentación”.


Esteller, que ha destacado que la gente joven desperdicia más alimentos que los mayores, quizás por “motivos culturales”, también ha desmentido la mala fama del proceso de distribución: “Siempre han sido los malos de la película y realmente es donde menos productos se tiran”, ha señalado. Los productos abollados o sucios, un pack de yogures de los que se ha roto uno, “no los va a comprar ningún consumidor”, pero se está donando a comedores sociales: “Por eso la cuota de desperdicio en la distribución es tan baja, aunque haya aún productos que se estropean”, ha añadido.

Fotografía: UIMP 2017/ Esteban Cobo