Santander.- El objetivo de Teresa Wilms Mont nunca fue hacer literatura. Solo utilizaba y se apoderaba de los canales que la escritura ofrece para expresar lo que sentía, “como quien ríe o quien llora”, en palabras de la propia escritora. Los símiles utilizados en sus obras evocan momentos de inspiración en los que utiliza elementos naturales –plantas, pájaros, arroyos-, momentos de iluminación que poco a poco se van diluyendo en un pesimismo perturbador, principal responsable del suicidio con el que puso fin a su breve pero intensa vida a la edad de 28 años.
El seminario ¿Una maldición que salva? Escrituras y locura, que organiza la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), ha contado con la participación, vía videoconferencia, de Victoria Cirlot, catedrática en Filología Románica por la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, en una ponencia titulada Amor, locura, creación y construcción. Los casos de Teresa Wilms Montt y Léona Delcourt (Nadja). En su intervención ha hecho un repaso por la vida y la bibliografía de ambas autoras, acusadas de locura, y que escenifican a la perfección la presión psicológica y social que tenían que soportar las mujeres cuando se alejaban de lo común y querían profundizar en una vida independiente entregada al arte y la cultura.
Una persistente sensación de pesimismo acompañó a Wilms Montt durante buena parte de su trayectoria vital y literaria. Según Cirlot, sus obras eran un constante ejercicio de “purificación del alma” que buscaba desprenderse de aquello que le impedía encontrar la felicidad.
Con apenas 17 años, la escritora chilena se casó con Gustavo Balmaceda Valdés en contra de su familia, con el que tuvo dos hijas. Sin embargo, la personalidad de Wilms Montt, alejada de los cánones tradicionales propios de una mujer de la alta sociedad como era ella, no fue comprendida por su marido, quien llegó a decir: “No solo se dedica a leer, si no que ahora también escribe”.
De esta forma, Wilms Montt fue acusada de adulterio y locura, y encerrada en un convento. Así, entró a formar parte del grupo de mujeres cuyo encierro no respondía al tratamiento de una enfermedad real, sino al castigo por no amoldarse a lo que la clase social a la que pertenecía podía esperar de ella.
En sus Diarios íntimos, la escritora reflejó la situación de soledad a la que se vio sometida, cómo fue abandonada por todos sus familiares y amigos, y cuán diferente se sintió respecto al resto: “Dejo la pluma, compañera única”, llegó a escribir en una de sus obras.
Finalmente, escapó de su encierro disfrazada de viuda y logró huir hasta Buenos Aires con la ayuda de su amigo Vicente Huidobro, quien posteriormente la calificaría como “la mujer más grande que ha conocido la historia”. Una vez allí, comenzó a ser mucho más autónoma y a relacionarse con las élites culturales de la capital argentina, lo que daría pie a un periplo entre Europa y Argentina que la enriquecería artísticamente. De hecho, llegó un momento en el que aparcó el desánimo e incluso escribió con optimismo sobre su propia capacidad de mejora.
Tras un viaje a París en el que volvió a ver a sus hijas después de varios años, la autora se sumió de nuevo en una depresión que la empujó a quitarse la vida. Fue el 24 de diciembre de 1921, con solo 28 años de edad, después de haberlo intentado con anterioridad en dos ocasiones.
Fotografía: Esteban Cobo