Santander, 16 de julio de 2021- Pocas cosas quedan por contar sobre Concepción Arenal. O, al menos, no tantas como antes. En 2018 la historiadora Anna Caballé documentó su vida en la biografía más completa hasta la fecha y desde entonces el interés por su figura no ha hecho más que aumentar.
Sepultada por las inclemencias de la historia, Caballé la rescató del olvido cuando la Fundación Juan March le pidió hace unos años una biografía femenina que encajara en una colección sobre españoles destacados. "La pregunta que surgió era si Arenal era recuperable desde el punto de vista intelectual, o si en cambio solo era una mujer de su época que en su momento había tenido importancia", señala la historiadora, que ha dirigido esta semana un curso organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) sobre el legado de la autora.
Superado ese lance, Caballé se acabó encontrando ante la que ahora, tras su investigación, no duda en calificar como la "pensadora española más interesante del siglo XIX". "Ella sobre todo es una pensadora ética que lleva sus tesis a la práctica, y es en eso en lo que difiere de otros filósofos que solo se centran en planteamientos teóricos", explica.
Luchadora, inconformista y de gran apetito académico, el legado de Arenal como activista es extenso, a pesar de que ella no llegara nunca a verlo. Batalló por la igualdad salarial entre mujeres y hombres, abogó por un sistema penitenciario reformador y no punitivo y pidió al Estado que se hiciera cargo de los más desfavorecidos como responsable último de la sociedad.
Pese a sus esfuerzos, no fue hasta pasadas varias décadas cuando se empezó a recordar su figura. "Ella fue una mujer de consenso que intentó que el pensamiento católico progresara y se acercara a ideas más liberales. Sin embargo, acabó quedando en tierra de nadie porque para los católicos defendía ideas muy alejadas del pensamiento tradicional y para los krausistas era una librepensadora que creía en Dios. Por eso, cuando muere queda en una posición incómoda para todos, más aún cuando había venido denunciando la corrupción política, económica y carcelaria que imperaba en su tiempo", apunta Caballé, que recuerda que fueron mujeres de la Segunda República como Victoria Kent o Clara Campoamor quienes la rescataron del olvido, de la misma manera que la llegada de la Guerra Civil y la dictadura la volvieron a enterrar.
Oriunda de Galicia pero residente durante largas temporadas en el Valle de Liébana, de donde era su padre, el curso ha dedicado además una de sus conferencias a la influencia de la comarca cántabra en su vida. "Ella se crió allí y volvía recurrentemente cuando tenía problemas y necesitaba pensar, por lo que no se entendería su personalidad y su carácter sin la presencia de esa zona en su vida", apunta la historiadora, quien destaca "su gran inteligencia" como la virtud que más le ha sorprendido cuando realizaba la investigación.
"Arenal tenía un raro talento para esclarecer las ideas, le ponías cualquier problema o conflicto moral y rápidamente encontraba la manera de resolverlo. Le preocupaban mucho las confrontaciones ideológicas de su época y trató de buscar siempre el consenso", detalla.
Celosa de su vida personal (destruyó toda su correspondencia antes de morir), Caballé se ha propuesto como próximo reto hacer acopio de las cartas de sus destinatarios que todavía se conservan. "Creo que eso brindará un conocimiento a su personalidad privada que nos había sido vetada", aventura.
Pese a todo, la autora se muestra complacida de que tras su trabajo la figura de Arenal ya no se reduzca más que a las "dos o tres anécdotas y frases" por las que era conocida hasta ahora. "Por ejemplo, no es del todo cierto que se disfrazara de hombre para poder entrar en la universidad. Ella ya vestía pantalones en Liébana, y lo hacía para no llamar la atención de los jóvenes. En ese sentido, creo que el libro ha servido como punto de inflexión y se ha evolucionado mucho", concluye.